12 de octubre de 2012

Premio Nobel del séptimo arte


Introduzco soledad en el diccionario de sinónimos y antónimos de El mundo. No soy lector de este periódico centroderechista. Pero me gusta su web de diccionarios. Prefiero la de la Real Academia. Pero para sinónimos está bien El mundo. Hay que andar con ojo porque es un diccionario, por difícil que parezca, muy influenciado por la ideología. No introduzcáis una palabra adjetiva con terminación femenina. No existen. No tienen sinónimos. Será porque ellas no los tienen. Será porque en la lengua aun prevalece la masculina; todo lo contrario que en las lenguas del porno.

El caso es que introduzco soledad: una palabra femenina sin su homónimo masculino. Por tanto me da resultado: tristeza, destierro, incomunicación, clausura, encierro, separación, abandono, desamparo, etcétera. Todos son sustantivos afligidos, pasionalmente tristes. El destierro nos conduce a la guerra; la incomunicación, a la enfermedad; la clausura, a la Iglesia; el encierro, a la maldad; el abandono, a la deslealtad. Y no es que la historia no nos haya legado guerras enfermas con trasfondo religioso ni que la deslealtad sea el comienzo del mal. Lo ha hecho y lo es. Pero todo eso, ¿es soledad? ¿Es soledad un soldado?; ¿es soledad un cura?; ¿es soledad un esquizoide?; ¿es soledad un penitenciario? A efectos globales sí, porque la soledad es colectivamente negativa. Sin embargo, individualmente la soledad tiende a la extravagancia reflexiva y pura, al genio sin fondo de los malditos. Nos gusta más el Lautréamont oscuro que escribía enfermizamente en su secreter de la rúa Notre-Dames-des-Victorie para luego arrojarse por la ventana que el Quevedo más dicharachero que escribía sus poemas en la taberna de las cortes o el Rimbaud que componía su Temporada en el infierno en la Biblioteca Nacional rodeado de bachilleres con bozo chino sobre el labio. Culturalmente, la soledad del individuo es misteriosa y su socialización, vulgar. Lo malo es que la cultura está en todas partes, muy fina, casi imperceptiblemente, medio enferma, pero está. La cultura está igual que está la lluvia, la literatura, igual que está la muerte. Pero es frágil y conceptualmente parecida a la palabra amour.
Un concierto, por ejemplo: ¿qué sinfónica toca el Réquiem para un único solitario? O la unión de artes, ¿qué productora resiste en el capitalismo de las salas de cine vacías?, ¿qué actor interpretará para no ser visto?; para eso ya existe la no ficción.
Pero la dureza del 2012, la subida del IVA, el nivel entredicho de la cultura, no favorece en absoluto a la sociabilización de los solitarios ni al consumo de cultura.
El miércoles, pongamos que fue el miércoles, que lo fue, fui con mi novia a la estúpida sala de cines del Gorg a ver Bel Ami. El lunes terminaba ya el libro de Maupassant; un libro notable, decadente, enemigo periodístico y escrito con una descendencia flauberiana y temporal contagiosamente envidiable (tanto social como individualmente). Sufría, aunque no mucho, por el horario: el filme empezada a las ocho y cuarto y yo salía del despacho a las ocho menos cuarto. Media hora para cruzar el centro de Badalona, las dos paradas del metro lila y la subida a la tan inmensa como lamentable pelota naranja del centro comercial Màgic Badalona. Puta, me dije, horrible y fatal puta mierda, encima hay cola. Un tipo se cuela delante de nosotros y me confía “me he acercado al mostrador porque desde aquí no veía los carteles, pero estaba aquí, eh”. Lo miré de arriba abajo y sus bermudas beige y sus calcetines blancos –rayas superiores roja y  negra- escalados hasta las rodillas me enternecieron el corazón. Le aprobé el movimiento con un sutil gesto de cejas y una sonrisa que decía “me ha ganado, señor, su deficiencia es plausible”. Posteriormente, ya con las entradas en la mano, nos dirigimos al interior. “La sala 1, chicos”. “¿Palomitas?”, me dice mi novia. “¿Palomitas?, es lamentable comer palomitas en el cine”. “Marc, vamos a ver una peli de Robert Pattinson…” “Es cierto”, dije. Y, como la sala estaba iluminada y la pantalla en blanco, nos pusimos a la cola. “¿Sabes?, aprovecharé para ir al lavabo”. “¿Dulces o saldas?” “Dulces”, digo. “Mejor saladas, ¿no?” “No, mejor dulces, pero cojámoslas saladas”. “Hola, chicos”. “Señor” “¿Qué os pongo?” “Menú mediano, palomitas saladas”, dice mi novia. “¿De beber?” “Coca-Cola”. “Es Pepsi”. “Nos da igual”. “Dios, me meo”, pienso. “Ocho euros. Aquí tienen”.
Las ocho y media. Las luces, en la sala, seguían extrañamente encendidas. Fui al servicio. “¿Entramos?”, me dice ella a mi regreso. “Mademoiselle”, reverencié lamentablemente. “¿Seguro que es aquí?”, me dice. La sala 1 de las 8 que hay, es decir, la principal, estaba absolutamente vacía. “Supongo, voy a ver”. Salgo y veo el cartel Bel Ami y un uno iluminado sobre la puerta, aun así le pregunto al tipo de las entradas “aquí, ¿seguro?” “Sí, sí. Ahora la ponemos”. “No hay nadie…” farfullo. Y el tipo me mira como diciendo: vaya, no me digas, serás tonto… Entro. “Espera, que busco el número de los asientos”. Empiezo a rebuscar en mi bolsa y sale tabaco y  sale una libretita y sale un cartel arrugado de Tacón de Aguja y se me cae la pluma Cross y se me cae un mechero rosa que creía haber perdido. Alicia me mira y yo la entiendo. Nos sentamos en las butacas centrales de la fila central. No hay nadie. Nadie es nadie. Sabíamos que la peli era una mierda. Pero, ¿nadie? Podría haber alguna jovencita que crepuscularmente viniera a ver al vampiro, o algún guarrete o escritor de alcohólicos –yo conozco a uno- que ocho euros le parecieran correctos para ver la cintura encorsetada de Uma Thurman o las redondas tetas al desnudo de Christina Ricci.  Pero nadie. La noche invitaba más a tocamientos conyugales en espacios públicos que no a una película de última cartelera.
La película, fragmentada y trabada, terminó. Y salimos de la sala. Mañana entregarán el Nobel, pensé. Y antes de salir, me imaginé en esa sala, sentados en primera fila, a Dylan y a Houellebecq. Una voz sueca decía en mi cabeza: el ganador del Nobel de literatura de este dos mil doce es Mo Yan por su.... Pero nosotros salimos satisfechos, de acuerdo, concordantes, contentos, dejando a dos genios en la sombra de la soledad. Al menos no ganó Murakami. Ya es algo.
Afuera llovía.

5 comentarios:

  1. jeje, afuera y adentro, chico. Mo Yan pasa del Nobel, lo cual le honra. ¿Cine? ¿Qué es eso? Hace años que no voy. Pero claro, tú tienes novia...

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  2. jajaja gran placer leerte,Marc. Y que poquito escribes jodido chaval!
    De la peli ni puta idea, ando muy perdida con la cartelera actual.
    Besos.

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  3. Que suerte! yo hoy he tenido la brillante idea de ir a ver la última de Tim Burton y en la vida había hecho tanta cola a excepción de E.T.!! arghhhh
    Besos.

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  4. Qué genial el momento calcetín. Da para tesis. Eso y la teoría de las zapatillas de deporte.
    Dicen de la peli que fatal, ni tirando de sector quinceañero pajero. Y de Mo Yan ya... Se han dejado a personajes más que relevantes en lo que fue de siglo. Hay quien no necesita luz para brillar(hablando de...), a la sombra les va bien. China twelve points, viene a ser.
    Un abrazo!

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  5. "me ha ganado, señor, su deficiencia es plausible"

    Tengo que pensar un comentario correcto, o mi figura en Internet se va a parecer a la de ese señor.

    No, en serio. Necesito releer y pensar.

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