(Artículo publicado en la revista literaria Tacón de Aguja el seis de septiembre de 2012: www.revistatacondeaguja.com)
El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, el DSM, un libro solo comparable a las Leyendas de Bécquer, es decir, a una basura, contiene entre todos sus apartados solo uno moderadamente rescatable; este es, claro, el de los trastornos sexuales y de la identidad sexual. También se detallan otros que, en fin, podrían resultarnos útiles, como los delirios, los tourette, los provocados por consumo excedente de sustancias, los psicóticos o los de demencia tipo Alzheimer, pero, reconozcámoslo, estos nunca son tan memorables como el sexo. Todos los psicólogos, y algún que otro escritor positivista que todavía hoy escribe literatura en algún periódico o revista absolutamente contraria a esta, sabréis qué es el DSM. Para el resto, este artículo.
Entre los trastornos más célebres del
manual está, por ejemplo, el exhibicionismo. El sustantivo de exhibir nos
conduce a un pensamiento directo: levantarse la camiseta y enseñar las tetas,
bajarse los pantalones y ofrecer el pene, pero sepamos que estas actitudes solo
conciernen a un tipo de exhibicionismo –el anasyrma- y que hay de más
sugerentes, como el candaulismo que es, básicamente, la obtención de placer al
mostrar imágenes eróticas de nuestra pareja sexual; se le llama candaulismo por
Candaules, rey de Lidia, que mostró a su mujer Giges desnuda a uno de sus
ministros que se escondía tras su lecho, escena, por cierto, grácilmente
narrada por Heródoto… pero esto es literatura y no sexo. Aun en el exhibicionismo
encontramos otros anglicismos como el streaking
–irrumpir en un lugar multitudinario desnudo- o el moonig –que es enseñar
los glúteos, hacer un calvo- que también podrían arrancarnos una sonrisa en un
momento dado, pero en absoluto comparables al extremo del trastorno: el
cancaneo, de can, de perro, que legitima únicamente el sexo en lugares públicos
con desconocidos, generalmente en playas, bosques o lavabos públicos. La cancanos,
que pueden encontrarse sorpresivamente o, para no traicionar a nuestro siglo, a
través de internet, practican sexo con la mayor despreocupación posible y, ay,
cuántos más mejor, y los mirones son bienvenidos. En el cancaneo, por ejemplo,
un personaje literario como Lolita, promiscua, desinhibida, inteligente,
hermosa, vulgar, queda mayestáticamente bien.
Más allá del manual se encuentra, si
aun se quiere seguir ojeándolo, el fetichismo, trastorno que dicta: si durante
más de seis meses requieres un objeto –un tanga, un guante, un delantal…- para
excitarte, es que tu sexualidad se ha condicionado y, por tanto, estás enfermo.
Freud lo llamó baudelarianamente lo
perverso, y Tarantino lo ha inmortalizado con la imagen de los pies. Aun
así, el fetichismo, así como el sadismo o el masoquismo, es un género menor
dentro de las parafilias sexuales, y digo menor no porque delectarse con unos
zapatos no sea censurable, ni porque tampoco lo sea el ponerse cachondo al
pegar a alguien –sadismo, sustantivo muy mal aplicado: el Marqués no violentaba
a sus personajes, tan solo describía su tiempo- o el ser pegado, sino porque
cuando te ponen delante, o en el siguiente punto del manual, un trastorno tan
fértil como el vouyerismo, todo lo
demás, que diría Verlaine, es literatura.
En la leyenda –preciosa-, Lady Godiva,
una bella dama anglosajona, es desafiada por su marido terrateniente: “si
quieres que baje los impuestos a los campesinos, tendrás que pasearte por todo
Coventry desnuda sobre tu caballo blanco”. Ella, gentil y valerosa, se despojó
de su vestido e, inmensamente desnuda, cabalgó por todo el pueblo no sin antes
advertir a todos los vecinos que, por favor, se encerrasen en sus casas, que no
perturbaran su nívea desnudez. Todos lo hicieron, todos excepto uno: el sastre
Tom que, poeta él de la belleza, no pudo evitar su ojo avizor a través de la
ventana y oteó, de cabo a vagina, el cuerpo entero de la lady. El azar quiso
que el viejo Tom se convirtiese en el primer mirón; el destino, que dos años
después sufriera, cual Borges, una ceguera permanente. ¡Ay, el placer de ver
sin ser visto, el gusto de lo exquisitamente oculto! A lady Godiva la relaciono
directamente con Julieta: dulce, terriblemente bella, revolucionada pero
plañidera, sacrificada, virtuosa…
Estas historias, sin embargo, no se
encuentran en el manual. Ninguna historia, en realidad, se encuentra en ningún
manual; ni Nabokov, ni Shakespeare, solo ciencia, solo planitud, solo la verdad: el hastío. El DSM ni siquiera
está bien escrito; es simplemente un manual: sus palabras mal enlazadas, sus
puntos y apartes, sus bloques. Están primero los trastornos de ansiedad, luego
los somatomorfos, los facticiosos, los disociativos, los sexuales. Está el
exhibicionismo, el fetichismo, el sadismo, los vouyers; está la escatología telefónica, el frotismo –arrimar la
cebolleta a nalgas ajenas-, la clismafilia, la necrofilia, el parcialismo…
Están los trastornos alimenticios: las anoréxicas, los bulímicos. Están los
depresivos, los hiperactivos, los esquizofrénicos, los paranoides, los
bruxistas nocturnos, los cleptómanos, los pirómanos. Están, también, los violadores,
los pedófilos (pedófilo es quien viola a una criatura de entre 8 y 12 años,
brutal y justamente penado; los violadores son los que abarcan el resto de
edades, muchos de ellos sin cargos), probablemente los más despreciables de
todos. Están todos, tal vez tú, tal vez yo.
Pero el artículo, como el verano,
llega a su fin. Si se hiciera un balance de cuántos comportamientos parafílicos
se han producido a lo largo de junio, julio y agosto observaríamos el progreso
con distintos ojos. ¿O acaso podríamos mirar con el ojo de Tom al hombre que
metía los dedos cada noche –eso salió a finales de junio- a su hija de seis
años?; ¿o a los doce individuos –una mujer entre ellos- que, en México, en
julio, asaltaron un campamento de jóvenes cristianos violando a siete chicas,
dos de ellas menores? Por cierto, tanto Lolita como Julieta tenían, en su
estallido literario, trece años; y eso –mirad arriba- no es pedofilia, sino
presunta agresión sexual, es decir, un año rebajado y a la calle.
Si al DSM, a la ley y a nuestro tiempo
le falta literatura, por dios, que no te falte a ti, ni a mí, ni a él, ni a
ella… que no falte.
Y pensar que en un futuro deberé basarme en él (aunque sea timídamente) para diagnosticar :S
ResponderEliminarMe ha encantado la literatura que has expuesto acerca de las parafilias. Todo muy interesante, como siempre.
Un beso, Marc.
La verdad es que un montón de "ismos" suenan atractivos o divertidos, casi tanto como "pecaminosos" en muchas conciencias aún ancladas en el convencionalismo que hace que hablemos de realismos sucios con demasiada facilidad. Los hay, no lo pongo en duda, pero no tanto ni son tan escandalosos como nos cuentan.
ResponderEliminarComo siempre, un placer leer tu afilada prosa.
Besos
PD. Yo espero que no premien prematuramente a un Murakami que no ha demostrado merecerlo y Houellebecq... será entrevistado por un programa español en breve.
Sólo puedo admitir que soy un trastornado, entonces...Un abrazo.
ResponderEliminarComo dirían esos mirones, da gusto leer tus palabras, siempre tan inteligentes e ingeniosas.
ResponderEliminarUn abrazo.
No hace tanto del "furor uterino"... Ahora tienen mando a distancia y forma de conejo. Sí, no es equiparable pero, ¿qué hace que sea un trastorno o una exención? ¿La sociedad, la moral, la religión? No sé...aunque el código penal hace años que lo maldigo...¿Ves? De nuevo, tema peliagudo.
ResponderEliminarUn abrazo!
Y ánimo, que los tacones cuanto más altos, mejor. (Os sigo)